“Pero eso significa, si sigue mi razonamiento, que cuando un programador trabaja para mí dispone de toda esa información; tiene un poder enorme. Muchos datos entran en su cerebro, se quedan en él y lo acompañan cuando se va a casa por las noches. Se mezclan con sus sueños, por el amor de Dios. Habla de ellos con su cónyuge. Y, maldita sea, no tiene derecho a esa información. Si tuviese una fábrica de coches, no permitiría que los trabajadores se llevasen a casa los coches ni las herramientas, pero eso es lo que pasa todos los días a la salida del trabajo, en todo el planeta, cuando mis hackers se van a casa.”
“En los viejos tiempos, cuando se ahorcaba a los ladrones de ganado, lo último que hacían era mearse encima. Era la señal definitiva, ¿comprende?, de que habían perdido el control de las funciones corporales y estaban a punto de morir. Verá, lo primero que debe hacer cualquier organización es controlar sus esfínteres. Nosotros no llegamos ni a eso. Por eso trabajamos en refinar nuestras técnicas de gestión de forma que podamos controlar la información esté donde esté, en nuestros discos duros o en la cabeza de nuestros programadores. Y no puedo decir nada más; he de tener en cuenta a la competencia. Pero mi más ferviente deseo es que, en un plazo de cinco o diez años, todo esto haya dejado de representar un problema.”
“Snow Crash” [1992], por Neal Stephenson.
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